Bajo el sol de Satanás by Georges Bernanos

Bajo el sol de Satanás by Georges Bernanos

autor:Georges Bernanos [Bernanos, Georges]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Psicológico
editor: ePubLibre
publicado: 1926-01-01T00:00:00+00:00


* * *

De nuevo se hizo la noche en torno a él, en él. Se sentía incapaz de cualquier movimiento. Sólo vivía por el oído. Porque oía palabras, proferidas alrededor, pero sin consistencia, como suspendidas en el aire, en la irrealidad de un sueño. Luego, haciendo un gran esfuerzo, consiguió relacionarlas con seres de carne y hueso, muy cercanos. Uno de aquellos personajes —⁠imaginarios o no⁠— se alejó. Escuchó cómo iba disminuyendo su voz, cómo iba disminuyendo también el rechinar de sus suelas en la arena. Por fin, sintió que le levantaban, retenido por un brazo doblado cuya fuerte presión le hacía daño en el hombro. Algo le dolió en los labios y los dientes. Un chorro de fuego le atravesó la garganta y el pecho. La negrura contra la que tropezaba su mirada se entreabrió. Un fulgor difuso nació lentamente en sus ojos, se fue precisando. Y reconoció, en el suelo, a cierta distancia, una de esas grandes linternas como las que llevan los pescadores en las noches de mucho viento. Un desconocido le sostenía con una mano y le hacía beber de la boca de una cantimplora de soldado.

—Padre —dijo el hombre—, no es demasiado temprano…

—¿Qué quiere de mí? —balbuceó el padre Donissan.

Hablaba lo más despacio y pausadamente posible.

Pero la visión aún estaba en su mirada y el hombre hizo un gesto de sorpresa o de espanto que le resultó incomprensible al pobre y abrumado sacerdote.

—Soy Jean-Marie Boulainville, cantero de Saint-Pré, el hermano de Germaine Duflos, de Campagne. Le conozco bien. ¿Está usted mejor?

Apartaba la vista en un gesto de apuro, pero cargado de piedad.

—Le he encontrado en el camino, sin conocimiento. Un chicarrón de Marelles, un tratante de caballos, de vuelta de la feria de Etaples, le encontró a usted antes que yo. Entre los dos le hemos traído aquí.

—¿Le ha visto? —gritó el padre Donissan⁠—. ¡Está aquí!

Se había levantado tan bruscamente que Jean-Marie Boulainville se tambaleó por el empujón. Pero, interpretando a su manera tan singular apresuramiento:

—¿Tiene usted que pedirle algo? —⁠dijo aquel hombre sencillo⁠—. ¿Quiere que le dé una voz? No puede andar muy lejos.

—No, amigo mío —dijo el vicario de Campagne⁠—, no le llame. Además, me encuentro mucho mejor. Déjeme dar sólo algunos pasos.

Se alejó tambaleándose. Su paso se iba haciendo cada vez más firme. Cuando se acercó de nuevo, ya se había calmado.

—¿Le conoce? —preguntó.

—¿A quién? —contestó el otro, sorprendido.

Y, cayendo rápidamente en la cuenta:

—¡Al muchacho de Marelles! —⁠exclamó alegramente⁠—. ¡Que si le conozco! El mes pasado, en la feria de Fruges, me vendió dos potrillas. ¡Pues claro!… Pero, si quiere hacerme caso, padre, haremos juntos un trecho de camino. Andar le sentará bien. Yo voy para las canteras de Ailly, donde estoy trabajando. De aquí allá, irá usted viendo qué tal. Si se siente peor, encontrará un coche, en casa de Sansonnet, en la taberna de la Urraca ladrona.

—Pues entonces, en marcha —⁠respondió el futuro santo de Lumbres⁠—. He recuperado las fuerzas. Todo va muy bien, amigo mío.

Caminaron juntos durante un rato.



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